lunes, 21 de julio de 2008

PRINCESA DE HIELO




La princesa de hielo era la más admirada por todos los monarcas, y súbditos. Siempre en su lugar, sin dejar traslucir sus emociones. Representando un papel escrito para ella por los demás, sin su colaboración, sin su permiso, por supuesto sin su opinión.
La princesa de hielo, se limitaba a observar por un pequeño espejo la vida de los demás, que a pesar de sus errores, de sus penurias, incluso de sus humillaciones, podían ser libres para vivir en plenitud.
Estaba furiosa, frustrada, no podía soportarlo y se fue haciendo más y más resentida, no sólo con los que la rodeaban, sino con todos aquellos que podía sentir, que podían disponer de sentimientos. No era justo que ella no hubiera podido experimentar sentimiento alguno. Ella que era la elegida para gobernar, que era la más admirada, ¡ella!.
Su enfado se convirtió en una ventisca que asoló el reino, y nada podía calmar su ira, sobretodo porque no quería calmarla, ya que había descubierto que al menos esa sensación, sí podía sentirla. Podía sentir ira, y era tan liberador, tan extrañamente cautivador.
Pronto descubrió que no sólo podía sentir ira su corazón helado, sino que también podía experimentar celos, odio, envidia, pero no se percató de la naturaleza de todos sus sentimientos, y como no conocía otros, no tuvo, necesidad de plantearse esa cuestión.
Comenzó a convertirse en una mujer perversa, mezquina incluso. Nada sobrevivía a su alrededor.
Los habitantes del lugar acudieron al hombre sabio del reino al que llamaban “el mago”. No poseía magia, simplemente hacía uso de la experiencia de sus largo años de vida, e intentaba poner en práctica aquello que había comprobado solía dar resultado. Podía decirse que era un hombre de altas inquietudes.
Él les explicó el problema, al menos su teoría, aunque estaba seguro que no iba desencaminado. La princesa sólo conocía el mal, ningún buen sentimiento había cruzado jamás las puertas del palacio, nada podría conmoverla en ese estado. No podía conmoverse, no sabía lo que era la compasión.
Se reunieron todos los campesinos, los labriegos, los artesanos... todos, afectados por el temporal, para intentar hallar una solución. Algunos propusieron enviarle unas cartas haciéndole partícipe de las calamidades que se derivaban de sus actos. Pero no dieron resultado alguno. Otros intentaron acudir a palacio para entrevistarse, directamente, con ella, pero jamás los recibió.
Un joven aprendiz del “mago” se presentó voluntario para conseguir que la princesa aplacara su ira, y atajar el problema. Los aldeanos no estaban muy convencidos, ya que con cada intento, y cada fracaso, por reconciliarse con su gobernante les había traído un empeoramiento de las condiciones. Pero su determinación y el compromiso que vieron en sus ojos era tal, que no les dejó más opciones que acceder a su solicitud
No sería fácil acercarse a ella, pero debía intentarlo, y conseguirlo. Tenía una idea, sabía de la curiosidad de su monarca, no en vano la había observado desde que era un niño.
Sólo tenía que interesarla. Podía encontrarla en el estanque de hielo, siempre paseaba por allí, cuando quería estar sola.
Estuvo allí varios días esperándola, a punto de congelarse en múltiples ocasiones, pero logró resistir.
La princesa apareció al cuarto día de su asentamiento. Sabía que se encontraba allí y que la estaba esperando, para esas ocasiones su espejo era un fiel aliado. Y tal como suponía el aprendiz, sintió curiosidad por conocer el motivo por el cual estaba dispuesto a perder la vida en aquel lugar. Y así se lo preguntó:
- Vengo a enseñarte- contestó con descaro, el joven.
-¿Tú a mí?- rió descaradamente, pero su risa era espeluznante, carente de naturalidad- ¿Qué vas a enseñarme tú, “aprendiz”?- recalcó con sorna.
-Primero debería enseñarte a reír- sugirió.
-¿Cómo te atreves?- y azotó su rostro con el frío hielo de su mano de escarcha.
-No creo que ahora estés en buena disposición para reírte; así que tendré que empezar por otra cosa- dijo sin perder la sonrisa.

Su actitud intrigaba a la princesa. No le tenía miedo, ni respeto, seguía pensando ¿por qué estaba allí? Mientras se distraía en sus propios pensamientos, nuevos para su mente, la ventisca aflojaba, pero no había cesado, ni mucho menos, aun quedaba para eso, pero era una señal de esperanza.
-Mi maestro siempre dice que es mejor ver que contar, así que ¿por qué no me acompaña?
-Yo no tengo que ir a ningún lugar para poder ver- dijo mostrándole el espejo.
-No es lo mismo observar que mirar, ni mirar es igual que ver, ni ver, es lo mismo que sentir, deberíais conocer la diferencia. A veces las imágenes que nos llegan a través de otros no son fieles a los hechos, aunque sea un espejo fiel.

La presunción de aquel aprendiz la desconcertaba y llamaba poderosamente su atención. Decidió ir con él.
Se acercaron a la casa del labrador más pobre del reino y miraron a través de la ventada. Dentro de la casa reinaba la más absoluta miseria, pero el padre después de llegar molido de trabajar en el campo, era capaz de jugar con sus hijos, hacerles cucamonas, hasta caer de bruces en el suelo simulando un tropiezo imaginario, que provocó que los niños tuvieran que sujetarse el estómago para reír a mandíbula suelta. La princesa sonrió, sin querer, sin proponérselo.
Después la llevó a otra casa, y a otra, y a otra... hasta que le dio a conocer los distintos sentimientos que en aquel día afloraban en su propio reino y que ella desconocía. Así la ventisca cesó.
Estaba conmocionada había visto y casi sentido el amor de dos jóvenes granjeros. La alegría de los hijos con sus padres. La compasión de los vecinos por el niño huérfano La pereza de aquel noble tras comer de más. La bondad de la anciana que repartió entre sus nietos la única manta que le quedaba. La amistad de los artesanos cuando uno no podía acudir a su labor, terminándosela ellos mismos. La hermandad, ella no sabía lo que era tener hermanos. Y, por supuesto, la solidaridad, que afloraba en todas las casas ante la situación que su ira había creado. Todos se habían unido, para superarlo, sin importar nada más.
Supo que no sólo podía experimentar los malos sentimientos, de hecho descubrió lo que eran los buenos sentimientos. Pero aun había algo que deseaba experimentar, algo que le faltaba, no podía llorar.
Cuando se lo dijo al aprendiz, la cogió de la mano y la llevó al cementerio del reino. Allí vio numerosas tumbas, recientes.
-Todos murieron por la ventisca, congelados. No pudimos hacer nada- le explicó.

Eran decenas, tal vez cientos de tumbas. Sus ojos se nublaron, no sabía que era lo que sucedía, se los frotaba, pero no podía hacer desaparecer aquella visión borrosa de las tumbas, y de pronto, una sola lágrima brotó de sus fríos ojos, resbalándose por su cara, hasta la mitad de su mejilla, donde quedó helada y fija. Ella la retiró de su rostro, y la miró con curiosidad, congelada, en su mano, como un pequeño copo. Todo aquello era por su culpa, ahora lo entendía, y otra lágrima se desbordó de su pupila y después otra, y otra, ...
Miró desolada al aprendiz, en busca de consuelo.
-Este es el último sentimiento que necesitaba sentir- le dijo.
-¿Cuál? ¿La tristeza? ¿El llanto?
-No
-No te entiendo.
-Necesitar a alguien, y buscar su apoyo. No debemos estar solos, porque nos volvemos fríos, egoístas, insensibles para con las necesidades de los demás. El contacto con los otros nos hace tener más empatía, y en un gobernante debería ser primordial.

Ella supo que el aislamiento que comentaba el aprendiz era el causante de lo que le había ocurrido.
-Ahora que has visto, sentido, y conocido las emociones del mundo úselos para su reinado sobre estas tierras. Hágalo bajo los nuevos valores aprendidos.

Tras esto el sol volvió a surgir en el cielo, y la princesa empezó a derretirse poco a poco, despacio. El aprendiz se asustó.
-¡Debemos ir al castillo aprisa! – gritó
-No- dijo mientras sonreía- En él no puedo estar cerca de mi pueblo, pero así regaré sus campos, visitaré sus tumbas para pedir perdón, y vigilaré cada rincón de mi tierra, podré velar por su conservación. Es lo mejor para todos, de lo contrario volvería a traer pena a mi gente.
Se iba haciendo cada vez más transparente y más pequeña. Ahora a penas parecía una niña, traslucida.-Adiós, mi primer, mi mejor, mi único amigo- y se despidió con una sonrisa en los labios una lágrima en el rostro.

Hasta la próxima desconexión!!!!!!!!!!!!!

lunes, 14 de julio de 2008

EXTRAÑA PAREJA II (DEFORMACIÓN PROFESIONAL)


Sólo los perdió de vista unos segundos al girar la esquina, pero tras ella, no había ni rastro de la pareja. Sus ojos parecían querer salirse de sus orbitas, intentando mirar en todas direcciones al mismo tiempo. ¿Cómo era posible? Los seguía a poca distancia, tenían que haber echado a correr, para desaparecer así, o tal vez subirse a un coche. Todas las posibilidades se dibujaban siniestras dentro de su cabeza, que giraba y giraba intentando hallar un rastro que seguir, uno que tranquilizara su conciencia.
Bajó la vista al teléfono móvil, como para comprobar que el número seguía allí marcado, cuando sintió como la empujaban por la espalda. Acto seguido el hombre del parque la tenía inmovilizada contra la pared de una calle, que de pronto parecía la más desierta de toda la ciudad. Se asustó de tal manera que se le cayó el teléfono, la garganta se le cerró de golpe, las manos le temblaban, y su cara se aplastaba contra la pared. Tenía la rodilla del extraño clavada en su espalda, sus manos aferraban su brazo izquierdo, retorciéndoselo. Nunca había estado tan asustada.
¿Cómo había terminado su hora del almuerzo de aquella manera? Sólo intentaba relajarse en su hora libre, quien la habría mandado asumir el papel de heroína, ella no tenía madera para aquello.
Casi no podía contener las palpitaciones, y el labio inferior le temblaba violentamente, bromeó consigo misma, en un único alarde de valentía. Le resultaba patético que la heroína de la historia temblara de aquella manera, mientras la niña, había estado tan tranquila.
¿Dónde estaría la niña ahora? Ella no podía conocer, que en ese momento estaba con otro hombre. No podía saber lo que pasaría ahora. Estaba paralizada, su terror era tal que no oía ni lo que aquel hombre le decía, a pesar de estar gritando en su oído. Tuvo que retorcerle algo más el brazo y apretar su cara contra la pared, para sacarla de aquella apatía.
Ninguno de los dos podía imaginar lo que iba a suceder después.
Él le preguntaba, por qué le estaba siguiendo, ¿qué era lo que buscaba? Ella no sabía a qué se refería, como que por qué lo seguía, es que acaso no era obvio.
-¿Por qué nos seguías? ¿Qué buscabas? ¿Qué hacías con ese móvil? ¿Fotos? ¿Llamabas a alguien?
-Yo- No sabía que responder, aun no entendía la situación pero algo no cuadraba, le estaba haciendo todo aquello en mitad de la calle, donde podía venir alguien en cualquier momento, pero no quería contarle porque estaba siguiéndole, tal vez en ese momento su situación aun no estaba del todo perdida.
En ese preciso instante, apareció otro hombre que llevaba a la niña en brazos, y con expresión un poco aturdida, se dirigió al extraño que la sujetaba contra la pared.
-¿Qué estas haciendo? Suéltala.
-Por favor llame a la policía ¡ayúdeme!.
El extraño pareció aflojar algo la inmovilización pero no la soltó del todo. Aun algo desconfiado, le dijo:
-No creo que quisieras que la policía viniera por aquí.
Sacando coraje de no se sabe dónde le contestó:
-¡Serás tú quien no quiera verlos! Yo los estaba llamando con ese móvil que tanto te intrigaba. Así que créeme, tengo muchas ganas de verlos aparecer.
El “tercero” en aquella historia se agachó y recogió el teléfono, que aun tenía marcado el 091. Se lo enseñó y él la soltó.
-Pero a la policía... ¿Por qué?- preguntó tras soltarla. Y seguidamente se rió enseñándole una placa de policía. Ella no podía creerlo, ¿Qué estaba ocurriendo?
No fue a trabajar aquella tarde pero no porque la hubieran secuestrado o fuera la heroína de una historia de los noticieros (aunque tal vez fuera una heroína en otro sentido) sino porque tuvieron que darse muchas explicaciones y tomarse muchas decisiones.

Resultó que la niña era hija del “extraño del parque”, que tenía un acuerdo económico con la niñera para que le dejara verla un par de horas, mientras se suponía que estaba en el parque. Todo porque un juez retrogrado y sexista, le había negado el derecho de visita por su condición de homosexual, al divorciarse de su mujer. Según había expuesto “Su señoría” la niña podía sufrir daños psicológicos al mantener una relación con su padre, que podía perjudicarla en un futuro. El “tercero en la historia” como no, era su actual pareja. La madre de la niña se negaba a que ésta pasara tiempo con su padre y su novio, encontrando todo el apoyo que necesitaba en aquel juez desfasado, falto del sentido de la justicia, de la sociedad e incluso de los derechos. A ella no creía en el alegato del Juez, pero tampoco le importaba, la venganza es un sentimiento poderoso, cuando se nos da libertad para ejercerla impunemente.
Por su parte el policía había sospechado de ella al seguirlos, ya que en ese parque estaba actuando unos delincuentes que secuestraban niños. Se decía que el gancho eran mujeres, que siempre despertaban menos sospechas, que los hombres al acercarse a los niños, y como no era la primera vez que la veía allí le resultó muy desconcertante. Además parecía tener un interés desmesurado en su hija, y cuando sacó el móvil sus alarmas se dispararon.
Después de mirarla de arriba a bajo, un par de veces tras lo ocurrido, le dijo en numerosas ocasiones, que no sabía como había pasado por su cabeza tal cosa. A lo que ella contestó que toda aquella extravagante situación se debía a la DEFORMACIÓN PROFESIONAL. Justo lo mismo que le ocurrió a ella, pues resultó ser la Fiscal de Menores. Los dos se habían dejado llevar por sus peores pensamientos, acostumbrados como estaban a tratar, con aquellas situaciones, sin que en su mente pudieran caber otras hipótesis. Tras aquella experiencia tomó conciencia de lo que necesitaba unas vacaciones.
Hasta la próxima desconexión!!!!!!!!!!!!

martes, 1 de julio de 2008

EXTRAÑA PAREJA


Había ido a comer al parque que estaba cerca de la oficina. Le gustaba almorzar al aire libre, desconectar de su trabajo. No tenía mucho apetito, simplemente llevaba un sanwich de pavo y una botella de agua helada, pero le agradaba salir, y realizar su ritual, sentarse en el banco a la sombra de aquel árbol y ver a los niños jugar, sin preocupaciones, sin preguntas sin respuestas.


No podía decir que sintiera un deseo irrefrenable de tener uno, pero con el paso del tiempo había llegado a plantearse el gran dilema ¿Merecía la pena? Siempre había dicho que no, y más con lo que sabía de los niños de hoy día, pero el instinto maternal había despertado dentro de ella y clamaba en su interior. Tal vez fuera ese instinto, el que la previno contra aquel hombre. No tenía nada de especial, llevaba unos vaqueros, un camisa blanca, unas gafas de sol y una gorra de béisbol, pero su actitud revelaba algo, como si escondiera una intención secreta, como si sus gestos tan normales, escondieran una segunda intención. Pero tal vez fuera producto de su imaginación, puesto que nadie más parecía percibir aquellas sensaciones excepto ella.


Su cuerpo se tensó como la cuerda de un arco, cuando aquel sujeto se acercó a una de las niñas, la levantó del suelo y le tendió la mano. Mano que ella aferró con una sonrisa confiada en sus labios, e iniciaron el camino hacia el lado contrario del parque.
No sabía que hacer, estaba segura que aquel hombre no era la persona con la que la niña había llegado al parque, porque no era la primera vez que la veía por allí. Miró a ambos lados y descubrió a la que suponía era la niñera de la menor, enfrascada en una especie de maratón de besos con, el que suponía, era su novio. Sin saber cómo, tal vez, a través de un salto temporal, se encontró a sí misma siguiendo a la extraña pareja. No recordaba haberse levantado del banco, ni la dirección que habían tomado sus pies, sólo que los seguía con el corazón brincando en su pecho y latiendo en sus sienes. ¿Debería llamar a la policía? Realmente no sabía que hacer, la actitud de la niña la desconcertaba, pero sabía, que era muy pequeña, para darse cuenta de lo que ocurría o de las verdaderas intenciones del ese extraño y podía engañarla fácilmente, o tal vez ya había ido con él antes. Aquella posibilidad la alteraba aun más, así que se obligó a serenarse y a tomar la situación con cautela, sin entrar en rocambolescas divagaciones, bien podía ser un amigo de la familia, o incluso un familiar, pero si era así ¿por qué no había avisado a la niñera de que se la llevaba a dar una vuelta? Decidió esperar a ver que ocurría, pero sacó el móvil del bolso y dejó marcado el 091...


Hasta la próxima desconexión!!!!!!!!!!!