martes, 21 de octubre de 2014

EL LIBRO DE LAS MENTIRAS



-Mariano, ¿has hecho los deberes? -el pequeño miró hacia la puerta mientras acercaba la libreta y escondía el tebeo.
-¡Estoy en ello, mamá! En cinco minutos los acabo.
-Muy bien, date prisa porque vamos a cenar.
Esa fue su primera mentira. Lo recordaba  ya que fue la más difícil; se le aceleró el corazón en un segundo, nunca antes, en sus diez años de vida, le había mentido a nadie. Podía haberle dicho a su madre que no los había hecho porque su amigo consiguió el tebeo que tanto quería y se le había pasado el tiempo sin darse cuenta; pero prefirió evitar la regañina y disimular su despiste. Así que mintió. Al día siguiente su profesor le obligó a copiar cien veces que debía hacer los deberes.
Si escribía sus malas acciones, sus mentiras quedarían perdonadas, así había sucedido con los deberes. Fue esa idea lo que dio lugar a lo que llamaría "El libro de las mentiras".

Mentira nº 1: Ayer mentí a mamá y le dije que había hecho los deberes.

Cerró el libro y se sintió mucho más aliviado.
Con el paso de los años no había perdido la costumbre de anotar sus faltas, pero, ya no lo hacía por la misma creencia, sino que se había convertido en un hábito, como un diario de maldades.

Mentira 3.010: Hoy le dije a Teresa que no había estado con Blanca después de que ella se fuera, y la llamé celosa y desconfiada. Menos mal que Blanca me avisó antes.

Tras llegar a la universidad no podía contar, no el número de mentiras, sino los tomos que tenía aquella extraña obra literaria. Decidió cambiar el sistema de anotaciones y solo fecharlas, ver el número le hacía sentir incómodo. La mentira se había convertido en su principal herramienta; ya no era algo sobre lo que pedir perdón, sino un mecanismo que perfeccionar y aprovechar para solucionar todo tipo de problemas, desde una falta de asistencia, a una infidelidad, pasando por algún hurto de poca monta.

Mentira de 26 de septiembre de 1979: Hoy copié en mi examen de las oposiciones a registrador. Pero creyeron que fue el chico que se sentaba a mi lado, lo han expulsado. Una lástima, después no he podido seguir copiando, espero aprobar.

Mentira de 15 de enero de 2005: Mentí a mi hijo. Le dije que su madre y yo lo habíamos buscado y estábamos muy contentos cuando nos enteramos de que venía. No pude decirle que nos pilló de sorpresa, ni hablarle de la boda forzada, ni de que sin él no hubiera habido boda.

Mentira de 21 de diciembre de 2011: Hoy juré la Constitución y prometí servir a mi pueblo. No pretendía que fuera una mentira, pero sé que debo anotarlo aquí y al menos ser sincero conmigo mismo. Sé que en cuanto entre a mi despacho mañana, lo será y seguirá siéndolo cada día. No habrá papel para tanta falacia.

Mentira de 2 de abril de 2013: No me atreví a dar la cara. Hice una comparecencia por videoconferencia. Las mentiras empiezan a acabar con todo lo que construí, nadie se fía de mí. Nadie me cree, ni siquiera yo.
Mentira de 31 de agosto de 2014: Volví a mentir a todos los españoles. Debo hacerlo, es lo que el partido me dice. Además no quiero quedar como un inútil. "Hay brotes verdes" Jamás una de mis mentiras fue tan estúpida. Y por si fuera poco ahora me han convertido en un mal mentiroso. Se supone que mentía para que no me atraparan, no para quedar como un inepto. Esto se va a acabar.

Mentira 12 de octubre de 2014: Hoy dije que mis colegas europeos me apoyan, que lo estamos haciendo bien. He acabado increpado y recibiendo los lanzamientos de guantes de plástico de los sanitarios en el hospital.

-Mariano, ¿estás bien?
-Sí, no te preocupes. ¿Cómo están los chicos?
-Tristes y preocupados. Sus compañeros los tratan... ¿No podrías salir  y decir que os equivocasteis? Calmar los ánimos, ¿cesar a alguien?
-Eso supondría decir la verdad.
-¿Y?
-Hace mucho que no lo hago, desde que era niño, y no hice los deberes...
-¿De qué hablas? No entiendo nada de lo que dices.

-Digo,... que ya no sé cómo hacerlo.

¡Hasta la próxima desconexión!

lunes, 6 de octubre de 2014

EN BLANCO Y NEGRO



Estaba sucediendo de nuevo. No lograba acostumbrarse a ese espeluznante dolor. El ojo izquierdo volvía a picarle, pero sabía que rascarlo no marcaría ninguna diferencia. La hinchazón vendría más tarde y por último la visión borrosa, ya lo sentía latir.
Le ocurría desde que era niño, siempre igual. Al principio pensó que se estaba volviendo loco, luego tuvo la certeza de que se volvería loco. Al final deseó estarlo.
La primera “visión”, como las llamaba, fue a los diez años y le dejó muy claro a qué se debía aquel dolor. Estaba en la terraza de un bar comiendo con sus padres cuando el picor comenzó. Los síntomas siempre fueron los mismos, en todos estos años no habían variado, era lo único que le daba algo de estabilidad a todo aquello. A la escena que se desarrolló frente a él le habían robado los colores, como a esas películas que tanto le gustaban a su abuelo. Por lo demás todo parecía normal, cotidiano.
Vio cómo aquel niño pateó al perro callejero hacia la calzada y tras un breve quejido el coche pasó por encima de su enclenque cuerpo. Ya no volvió a gemir, sus ojos quedaron mirando al infinito para no volver. Enmudeció ante tal crueldad. Sin saber por qué el dolor del ojo remitió y el color retornó. Parpadeó y el perro no estaba allí. Seguía en la acera, moviendo la cola ante aquel niño; feliz de recibir su atención. Pocos minutos después, cuando ya no quedaba rastro de esa extraña visión, la escena, ahora a todo color, sucedió ante sus prevenidos ojos, paso a paso, tal como ya lo había visto.
Tras el atropello, los ojos del perro no miraban al infinito sino a él, con una mirada acusadora y triste, que le reclamaba que no hubiera evitado aquel destino. Esos ojos le persiguieron en sueños durante mucho tiempo, pero ahora estaban enterrados bajo cientos de recuerdos parecidos, escenas macabras que empequeñecían aquel antiguo suceso. Algunos ocurrían nada más despertar, otros sucedían horas más tarde, pero todas las visiones se cumplían a menos que él tomara parte.
Odiaba aquella maldición, le había costado palizas en el colegio, tratamiento psiquiátrico con esas pastillas que le quemaban la sangre, y alguna que otra relación.
Cada vez que había intentado evitar alguna de esas escenas acababa en el hospital, una fuerza extraña se cobraba sobre su cuerpo la maldad que había evitado; a veces en forma de accidentes, robos con violencia, asaltos… pero nunca nada tan grave como para matarlo. Parecía que esa “maldad” disfrutaba de su particular espectador y no quería perderlo.
Tanto pasó que decidió ignorar las visiones, y a duras penas había sobrevivido. Escuchaba música cuya letra no entendía, la televisión solo sintonizaba los canales infantiles y no leía otra cosa que no fuera literatura juvenil; desconectar de la realidad era lo único que lo aliviaba.
Pero aquella vez fue diferente. Ya entrada la noche, mientras hablaba con el último cliente del día, en la tienda de herramientas en la que trabajaba desde hace un año, el dolor renació. Todas sus alarmas internas se encendieron, intentó preparar la mente para lo que se avecinaba, nunca era agradable, pero aquella vez fue la peor.
En blanco y negro, cuando sus ojos se fijaron en el hombre que había en la acera de enfrente, su estómago se contrajo:
La agarró por el pelo antes de que pudiera abrir la puerta del coche y le tapó la boca con un trapo mientras le susurraba que no se resistiera. Ella se derrumbó en sus brazos. Él abrió la puerta del coche y la recostó en el asiento de atrás, luego condujo hasta un lugar apartado, parecía un almacén- todo transcurría como en una película, como siempre, y esa vez, conociendo los horrores que podía cometer el ser humano, no quería verlo-. Aquel hombre la sacó del coche, entró en el almacén y la tumbó en una colchoneta sucia y desgastada- quería cerrar los ojos, pero aquello no impediría que las tortuosas imágenes se formaran en su cabeza-. Tras dejarla desnuda vació en su cuerpo inmóvil toda su ansia y asco- poco le importaba que ella no se moviera- sus acometidas se hacían más fuertes mientras llegaba al orgasmo. Se derrumbó sobre ella y le lamió la cara hasta que no quedó un solo resquicio de piel. Se levantó y se subió los pantalones- supo que aquello no había acabado- Se acercó a una mesa del almacén y allí estaba la sierra último modelo- él vendía esa marca, podía haber sido él quien se la hubiera vendido, jamás recordaba la cara de un cliente. Apoyó la sierra contra una de las piernas de la chica y la encendió- incluso en blanco y negro- la sangre salpicaba todo salvajemente, la colchoneta, la ropa y el cuerpo de aquella bestia- y su mente atrapada en aquel lugar-. Ella se despertó gritando como jamás había oído gritar a un ser humano, pero sólo duró unos segundos, porque tras aquel grito su cuerpo decidió que no podía soportarlo más y volvió a rendirse. Él parecía decepcionado por su desmayo, por lo que sujetó sus ojos con cinta adhesiva, para que pudiera verle, y troceó su cuerpo, con ese rictus dolido, como un trámite molesto que quería acabar pronto. Tras meter las partes en distintas bolsas de plástico los colores fueron retornando poco a poco- pero la forzada mirada de ella seguía fija en su cabeza.

Al volver a la realidad solo habían pasado unos segundos, pero para él fueron horas de tormento. Aún podía ver a aquel hombre en la acera, esperando. Cuando aquella aberración humana se movió, su cuerpo, por reflejo, también lo hizo; se levantó y dejó allí al cliente. Pero no fue hacia la puerta, ni se planteó enfrentarle, sino que cruzó la tienda en dirección al baño. Allí se encerró. Miró su rostro reflejado en el espejo y sacando el bolígrafo de empresa del bolsillo de la camisa, se lo clavó en el ojo izquierdo hasta que perdió el conocimiento, rezando para que aquello lo matara o al menos acabara con su mal.
**
En la ambulancia, cuando abrió su único ojo, el rostro de la enfermera que le preguntó cómo se encontraba era el de la mujer que debía ser descuartizada. Aquella vez el precio a pagar por su intervención había sido realmente alto.

Cuando iba a contestar notó el consabido picor allí donde ahora, sólo había un hueco.

¡Hasta la próxima desconexión!