La puerta se abre y me acomodo en
el asiento más cercano al conductor del metro. Enciendo el ipod y el ebook. A
mi lado, una chica embutida en unos breves shorts desbloquea su móvil y hurga
en la pantalla con avidez, sabedora de que pronto no tendrá conexión.
Arrancamos, suspira y lo apaga. Observa de reojo para saber qué leo; su
curiosidad me agrede y giro la muñeca para que no pueda verlo. Acoge la
indirecta con naturalidad. Salvado el escollo, agradecidas, regresamos a
nuestro vagón del silencio.
Hasta la proxima desconexión.